“Las personas somos el corazón de las ciudades”
Las personas que habitamos las ciudades compartimos la categoría de ciudadanía, pero nos diferencian muchas otras: patrones de consumo, edad, ingresos, género, costumbres, entre otras. Queremos que la ciudad sea un espacio seguro y accesible, que no se piense para personas homogéneas, sino para que todas estén en el centro de las decisiones.
Transitar y circular por nuestra ciudad es un derecho para todas las personas. ¿Con cuántos obstáculos nos encontramos si caminamos apenas unas cuadras? Veredas rotas, rampas obstruidas, ocupadas por autos estacionados o materiales de obras en construcción. Para lograr la convivencia en el espacio público es necesaria la eliminación de las barreras físicas, no sólo para las personas con discapacidad, sino también para adultos mayores y quienes circulan, por ejemplo, con cochecitos para bebés.
En la actualidad, la accesibilidad debe pensarse desde una perspectiva más amplia, trasladada al transporte, las tecnologías de la información y las comunicaciones, y otros servicios e instalaciones abiertos al público. En definitiva, la accesibilidad universal es un concepto que debe convertirse en parte integral de todas las políticas para la ciudad.
La Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad define a las personas con discapacidad como aquellas que tengan deficiencias físicas, mentales, intelectuales o sensoriales a largo plazo que, al interactuar con diversas barreras, puedan impedir su participación plena y efectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones con las demás. En este sentido, el eje debemos ponerlo siempre en que las barreras están en las ciudades, no en las personas. Estos obstáculos, que pueden ser tanto urbanísticos, arquitectónicos, estar en el transporte público o la comunicación, imposibilitan la inclusión de estas personas.
Es nuestro trabajo hacer una ciudad con Plena Accesibilidad, donde sea posible el desplazamiento y la integración de todas las personas a sus tareas cotidianas: estudio, trabajo, recreación, deportes, entre otras. ¿Cómo? A través del Diseño Universal: es decir, que la premisa sea el libre e igual uso por parte de toda la población, en vez de generar adaptaciones o diseño especializado.
Perspectiva de género
En la misma línea de pensar el uso y el desplazamiento por la ciudad de todas las personas por igual, debemos contemplar también las diferencias de género: varones y mujeres no hacemos uso del espacio público de la misma manera. Las ciudades están diseñadas y construidas por y para un modelo de persona que no representa a la mayoría: en tanto y en cuanto las mujeres y personas LGTBIQ no participen de la discusión y la planificación de la ciudad, no habrá cambios que la hagan más accesible para ellas ni que posibiliten que su uso sea más equitativo.
Hace tiempo el movimiento feminista ha comenzado a visibilizar y repudiar con más fuerza las múltiples tipos y modalidades de la violencia machista. La calle es el espacio que se toma para manifestarse y demandar derechos a través de marchas, expresiones culturales y encuentros. Ese mismo espacio es también donde muchas veces se ejerce la violencia, por lo que su uso, ya sea simplemente para caminar o desplazarse, esperar el colectivo o disfrutar de una plaza, se ve condicionado o limitado a las mujeres e identidades del colectivo LGTBIQ.
Las dificultades para hacer uso de la ciudad, muchas veces provocan “un proceso de retraimiento del espacio público, el cual se vive como amenazante, llegando incluso hasta el abandono del mismo, con el consiguiente empobrecimiento personal y social” al decir de Ana Falú ¹. El hecho de no poder habitar este espacio, el proceso de extrañamiento y distancia para con él, genera una sensación de inseguridad que alimenta el círculo donde las mujeres se alejan de los espacios y las actividades que forman parte de su vida diaria se ven obstaculizadas: “la inseguridad cambia el cotidiano de las personas, es un límite a la libertad, a los derechos” ²
Por otro lado, también es interesante mencionar que son las mujeres, en su mayoría, las encargadas de las tareas domésticas y de cuidado de niños/as y personas mayores, las cuales deben combinar además con su trabajo remunerado. Esto implica desplazamientos que el transporte público y los recorridos de las líneas de colectivos no contemplan, lo que ocasiona que las mujeres deban invertir tiempo y dinero en cumplir con esta llamada doble jornada laboral.
En definitiva, a la hora de proyectar y evaluar políticas públicas, debe estar presente la perspectiva de género, para hacer posible una vida libre de todo tipo de violencias a mujeres y personas del colectivo LGTBIQ, lo que requiere, además y ante todo, un cambio social, cultural y simbólico.
¹ Falú, Ana. “Mujeres en la ciudad. De violencias y derechos”. SUR, Chile. 2009.
² Falú